
Las sirenas eran unos seres fabulosos que tenían cabeza y busto de mujer pero el resto del cuerpo de pez.
Y eran temidas por los navegantes, porque hechizaban con la seducción de sus cantos para atraer a los navegantes, que embelesados en admirar sus cantos se desentendían del gobierno de las naves y acababan naufragando. Antes de convertirse en sirenas, ellas eran tres ninfas: Parténope, Leucosia y Ligea, pero Parténope era la más hermosa.
Las sirenas vivían en unas rocas escarpadas y aisladas en el mar, entre la isla de Cáprea y las costas de Italia.
Y relata Homero que Ulises en uno de sus viajes, advertido del peligro, halló una solución: Tapó con cera los oídos de sus compañeros y él se hizo amarrar al mástil de la nave. Su viaje continuó felizmente y, tal como estaba profetizado, al haber sido vencidas por un hombre se precipitaran en lo profundo del mar.

La peste asoló a Parténope cuyos habitantes fueron a consultar al oráculo, el que les dijo que para librarse de la plaga debían cambiar el nombre de su ciudad. Y así fue que decidieron llamar a la ciudad Parténope con el nombre de Nea Polis (nueva ciudad), que andando el tiempo se convirtió en Nápoles.